jueves, 18 de abril de 2013



Rasca a diario un rostro en el espejo.

Apunta en la libreta: 


Escribir a mi padre”, roza

la procrastinación.


Vive una anestesia de cuatro pares


de paredes.


A eso de las seis su ansia-flor-de-carne

sube hasta la lengua. 


Allí talla en silencio los nervios,


como sacando a las babosas punta con un cúter.


La flor retrocede como lo harían ellas.


Sabe que el tiempo es sólo una cuestión de movimiento,


más pronto que tarde la fuerza giratoria


los va a desaparecer. Que no puede haber


producto tangible de la inmovilidad.


Que la lenta progresión 


hacia la carne es la peor


de las penitencias y que


no se puede 


sobrevivir en este mundo


con un movimiento en repetición


creando una inmovilidad establecida.