Irme por detrás
del fin del mundo.
Escupiendo en cada paso
una bronca,
en cada broza
de aire muerto
un aliento perdido por ausencia.
Ponerse tonto es más fácil
de lo que parece.
Ponerse borracho,
ponerse cachondo,
también.
No hay una dama
vestida de negro al final.
No hay partida de cartas
(picas y corazones volando)
ni juego de ajedrez.
Irme por detrás del telón
como volver y huir en plena calle,
pisando los ennegrecidos
adoquines,
cayendo al propio negro
de las grietas.
Ponerse a gritar
en el silencio,
estando quieto en
el ruido ausente, es fácil.
El dolor también es fácil.
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