miércoles, 6 de octubre de 2010

“Hasta te dejaría masticarme el corazón”.

Resuenan bajo la lengua las canciones.

Aún en mi mano, la chapa de citroën

pegada a la palma, cubierta de sangre.

No rezando, no, sólo a gritos pretendemos

los ateos buscar toparnos con Dios

irremediablemente.

Pero pronto las bandadas de gaviotas vuelan,

su graznar tibio da notas de rayo blanco.

El peso de un cuerpo colgado boca abajo.

Esta lluvia fina, y el oxido frente a los ojos.

Todo alejado seguí andando. No hay más,

me dije. Sólo esta pesada sensación

de que nos vamos a caer

si toda la tierra es todo el aire.

Cuando miro fijo allá, vienes entonces

tacto tibio en mi hombro.

Siempre hay un regreso, me dices.

Y yo procuro hacerte caso,

por ahora creo que llevas la razón.

Pero siempre hay una última mirada,

un aviso de metal y escombro:

Agria sirena aullando al fondo del desagüe.

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