“Hasta te dejaría masticarme el corazón”.
Resuenan bajo la lengua las canciones.
Aún en mi mano, la chapa de citroën
pegada a la palma, cubierta de sangre.
No rezando, no, sólo a gritos pretendemos
los ateos buscar toparnos con Dios
irremediablemente.
Pero pronto las bandadas de gaviotas vuelan,
su graznar tibio da notas de rayo blanco.
El peso de un cuerpo colgado boca abajo.
Esta lluvia fina, y el oxido frente a los ojos.
Todo alejado seguí andando. No hay más,
me dije. Sólo esta pesada sensación
de que nos vamos a caer
si toda la tierra es todo el aire.
Cuando miro fijo allá, vienes entonces
tacto tibio en mi hombro.
Siempre hay un regreso, me dices.
Y yo procuro hacerte caso,
por ahora creo que llevas la razón.
Pero siempre hay una última mirada,
un aviso de metal y escombro:
Agria sirena aullando al fondo del desagüe.
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