miércoles, 27 de octubre de 2010



Me asomo al balcón

y la ciudad líquida ondula.

Las farolas líquidas,

los pájaros líquidos sobre

las formas contingentes

de los edificios que vibran

en esa superficie metálica,

azul y aluminio de las formas marinas.

La lluvia amarga,

la tez pesada,

los ojos grabados

en la desesperanza.

Me lanzaría a andar por la calle

contemplando los edificios como

enormes esculturas líquidas,

los monumentos, las

temblorosas estructuras 

de las que se desprende

el omnipresente silencio amenazante

de que todo pierda su equilibrio

y nos inunden bandazos de olas

que con furia, y librándose 

de su contenida memoria,

se reúnan en una marea infinita,

volviendo a su unión

y su naturaleza dispersa.

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