Me asomo al balcón
y la ciudad líquida ondula.
Las farolas líquidas,
los pájaros líquidos sobre
las formas contingentes
de los edificios que vibran
en esa superficie metálica,
azul y aluminio de las formas marinas.
La lluvia amarga,
la tez pesada,
los ojos grabados
en la desesperanza.
Me lanzaría a andar por la calle
contemplando los edificios como
enormes esculturas líquidas,
los monumentos, las
temblorosas estructuras
de las que se desprende
el omnipresente silencio amenazante
de que todo pierda su equilibrio
y nos inunden bandazos de olas
que con furia, y librándose
de su contenida memoria,
se reúnan en una marea infinita,
volviendo a su unión
y su naturaleza dispersa.
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