de que estamos
estimulados hasta el odio.
En el vendaval de odio.
La voz como campanas sonoras,
o el silencio
tibio y visual sobre los días,
las noches abocadas al narcótico
la paz, las lentas llamas de la paz,
sobre los ojos y el deseo.
Por no ser agrios armazones,
el óxido en las encías
y el desplome de la más
inconsistente ceniza.
Por estar decepcionados
en la médula misma de lo feliz,
estamos vivos.
Por gritar estamos vivos.
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